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¿EL INFIERNO? Si la cristiandad está extraviada en cuanto a la naturaleza del hombre, lógicamente se deduce que también está extraviada en cuanto al estado de los muertos, referente a lo cual su teoría ocupa un lugar prominente en la teología actual. Examinemos ahora este tema a la luz de los hechos y del testimonio de las Escrituras. La muerte es el hecho más importante en la experiencia humana. Su realización es universal e inevitable; tarde o temprano, su tenebrosa sombra entristece todo hogar. ¿Quién no ha sentido su mano férrea? ¿Quién no ha contemplado a un ser querido empalidecido y anquilosado por su soplo desolador? El niño lozano con toda su balbuceante inocencia y cautivadoras maneras; el compañero de la juventud, rosado, saludable y alegre; la amada esposa, el leal esposo, el amigo fiel y confiable: ¿cuál de ellos no ha sido arrancado de nuestro lado por la terrible mano de este enemigo despiadado e indiscriminado? Un día los hemos visto con ojos brillantes, semblante radiante, cuerpo vigoroso, y les hemos oído pronunciar vivamente palabras de amistad e inteligencia; la próxima vez los vemos estirados en el féretro, quietos, fríos, inmóviles, pálidos, muertos. ¿Qué diremos de estas cosas? La muerte trae aflicción a los vivos. Los agobia con un dolor que rehúsa ser consolado. No es por nosotros mismos que nos afligimos; nos alegraría saber que aún estaban vivos, aunque estuvieran muy lejos y nos fuera imposible comunicarse con ellos. No; es porque están muertos que nos apena el corazón. Consideremos la relación de esto con la teología popular de nuestros días. Si la muerte fuera un mero cambio de estado y no una destrucción del ser, ¿por qué toda esta angustia por aquellos que se han ido? ¿No puede ser motivo de las incertidumbres “más allá de la sepultura”, porque nuestro pesar es tan agudo por aquellos que se cree han ido al cielo, como por aquellos de los cuales se tienen dudas. Las lágrimas fluyen tanto por los buenos como por los malos, y quizás con más pena. Aquí hay algo contradictorio en la teoría popular. Si en verdad nuestros amigos se han ido a la "gloria", deberíamos sentirnos tan agradecidos como lo hacemos cuando reciben honores "acá abajo"; pero no lo estamos, ¿y por qué? La evidencia justificará la respuesta. Porque la fuerza del instinto natural no puede ser vencida por la ficción teológica. Los hombres prácticamente nunca creerán que la muerte es el comienzo de la vida, cuando ven que es la extinción de todo lo que alguna vez conocieron o palparon de la vida. Si los muertos no están muertos, sino que se han ido a una vida mejor; si están "alabando a Dios entre los redimidos de arriba", entonces están vivos y, por lo tanto, sólo han cambiado un lugar de morada temporal por un lugar de morada eterna. Sencillamente han salido del cuerpo para ir al cielo o al infierno, según sea el caso. La palabra "muerte", en su significado original, no tendría, pues, aplicación al hombre. Habría perdido el significado que normalmente se le da. Ya no sería más la antítesis de la "vida". Ya no significaría más la cesación de la existencia viviente (su significado fundamental) sino que sólo significaría un cambio de habitación. "¿Muere un hombre? ¡No, imposible! Puede salir del cuerpo, pero no puede morir". Esta es la opinión popular-el fallo de la sabiduría del mundo-la tenaz creencia del mundo religioso. Investigaremos si hay algo en la enseñanza de las Sagradas Escrituras o en el testimonio de la naturaleza que respalde esta creencia. Y descubriremos que no sólo hay completa ausencia de respaldo, sino que, al contrario, hay abundante evidencia que muestra que la muerte invade el ser de un hombre y le quita la existencia y que en consecuencia en la muerte se halla tan completamente inconsciente como si nunca hubiese vivido. Que el lector retenga suspenda su juicio. Encontrará que lo que viene a continuación justificará esta respuesta, aunque parezca aterradora al principio. ¿Qué es Primero, consideremos por un momento la idea primordial expresada en la palabra muerte. Es lo opuesto a la vida. Conocemos la vida como un asunto de positiva experiencia. La idea de la muerte se deriva de esta experiencia. La muerte es la palabra que describe su interrupción, negación, o detención. Ya sea que el término vida se utilice literal o figuradamente, ya sea que se aplique a una criatura o a una institución, la muerte es lo opuesto de la vida. Significa la ausencia o partida de la vida. Por lo tanto, a fin de entender la muerte en relación con nuestra actual investigación, es necesario que tengamos un concepto preciso de la vida. No podemos entender la vida en sentido metafísico; pero esto no es un impedimento para nuestra investigación; porque la dificultad en este sentido no es mayor ni menor que en el caso de los animales, y en el caso de los animales la gente no profesa hallar ninguna dificultad en reconciliar el misterio de la vida con el hecho de la muerte real. Dejando la metafísica a un lado, sólo necesitamos preguntarnos: "¿Qué es la vida según se conoce experimentalmente?" La respuesta de la verdad literal dice que es el resultado conjunto de los procesos orgánicos que se desarrollan dentro de la estructura humana-la respiración, circulación de la sangre, digestión. Los pulmones, el corazón y el estómago funcionan en conjunto para generar y sostener la vida e impartir actividad a las diversas facultades de las cuales estamos compuestos. Fuera de este laborioso organismo la vida no existe, ya sea en lo que concierne al hombre como a las bestias. Si se golpea el cerebro, sobreviene la inconsciencia; si se quita el aire, se produce el sofocamiento; si se corta el suministro de alimentos, sobreviene el hambre con efecto fatal. Estos hechos, que todo el mundo conoce, demuestran que la vida depende del organismo. Muestran que la vida humana, con sus misteriosos fenómenos del pensamiento y sentimiento, es el producto de la complicada maquinaria de la cual estamos hechos. Esa maquinaria, en completa y armoniosa acción, es una suficiente explicación de la vida que ahora tenemos. En ella y por medio de ella existimos. Ahora bien, a pesar del prejuicio que el lector tenga contra esta presentación del asunto, no puede dejar de reconocer esto: que hubo un tiempo cuando no existíamos. Este importante hecho muestra la posibilidad de la inexistencia en relación con el hombre. La pregunta es: ¿volverá a sobrevenir ese estado de inexistencia? Esta es una sencilla cuestión de experiencia, sobre la cual ¡ay! la experiencia habla con tanta claridad. En vista de que la existencia humana depende de la función del material orgánico, la inexistencia sobreviene debido a la interrupción de esa función. Por experiencia sabemos que esta interrupción efectivamente ocurre, y que como consecuencia el hombre muere. La muerte viene sobre él y deshace lo que el nacimiento hizo por él. Uno le dio la existencia; la otra se la quita. El decreto divino "polvo eres, y al polvo volverás", se realiza en la experiencia de todo hombre. En el transcurso de la naturaleza, su ser desaparece de la creación, y todas sus cualidades su sumergen en la muerte por la simple sencilla razón de que el organismo que las desarrolla, también detiene sus funciones. Estos son los hechos desde un punto de vista natural. Pero cuando escudriñamos las Escrituras es asombroso lo fundamentado que se vuelve el caso. Cuando las Escrituras hablan de la muerte de alguien, no emplean la fraseología de los religiosos modernos. Las Escrituras no dicen que los justos se han "ido a recibir su galardón", o que se han "ido a rendir su cuenta final", o que han "emprendido vuelo a un mundo mejor"; ni dicen que los inicuos se han "ido a comparecer ante el tribunal de Dios para responder por sus malas acciones". El lenguaje bíblico declara expresamente una doctrina contraria. La muerte de Abraham, el padre de los fieles, se halla registrada así:
Así también el caso de Isaac:
Así también Jacob:
De José sólo se dice:
Así en el caso de Moisés:
Y así también hallaremos en el caso de Josué (Josué 24:29), Samuel (1 Samuel 25:1), David (1 Reyes 2:1, 2, 10; Hechos 2:29, 34), Salomón (1 Reyes 11:43), y todos los demás cuya muerte se halla registrada en las Escrituras. Nunca se dice que se han ido a alguna otra parte; simplemente se menciona que mueren, que entregan su vida y que vuelven a la tierra. Pablo adopta el mismo estilo de lenguaje cuando habla de la generación de los justos que han muerto. El dice:
Cuando Jesús habló de la muerte de Lázaro, reconoció el hecho en su sentido más claro:
Cuando Lucas describe la muerte de Esteban, no cae en ninguno de los elevados éxtasis tan generalizados en la literatura religiosa moderna. Sencillamente dice: "Y habiendo dicho esto, durmió" (Hechos 7:60). Cuando Pablo tiene ocasión de referirse a los cristianos fallecidos, no habla de ellos como que se hallan ante el trono de Dios. Las palabras que emplea están en armonía con aquellas ya citadas:
No hay excepciones a estos casos en el texto bíblico. Todas las alusiones bíblicas al tema de la muerte son tan diferentes al sentimiento moderno como es posible concebir.
Job, angustiado por la acumulada calamidad, maldijo el día de su nacimiento y deseó haber muerto cuando niño; y fijémonos en lo que dice acerca de cuál habría sido la consecuencia:
Job también hace la siguiente declaración, que junto con la recién citada, debiera ser bien considerada por aquellos que creen que los bebés van al cielo cuando mueren:
El salmista alude de paso al estado de los muertos en las siguientes expresivas palabras:
Estas preguntas están contestadas en una breve pero enfática declaración que aparece en Salmos 115:17:
Y el salmista da patética expresión a su propia creencia acerca de la naturaleza fugaz del hombre, en las siguientes palabras, que tienen relación directa con el estado de los muertos:
David dice en Salmos 146:2: "Alabaré a Jehová en mi vida; cantaré salmos a mi Dios mientras viva"; claramente implicando que de acuerdo con su creencia, dejaría de vivir y alabar a Jehová cuando aconteciera la muerte. ¿Están Conscientes los Muertos? Además de estas indicaciones generales de la naturaleza destructiva de la muerte como una extinción del ser, hay otras declaraciones en
Con cuánta frecuencia oímos comentar acerca de los muertos: "Pues, bien. ¡Ahora lo sabe todo!" ¿Qué diremos a eso? Si las palabras de Salomón tienen significado, entonces tal comentario es precisamente lo opuesto a la verdad. ¿Que puede ser más explícito?: "Los muertos nada saben". Ciertamente sería una maravillosa proeza de la exégesis que lograra que esto signifique: "Los muertos todo lo saben". Además, cuán común es creer que después de la muerte, los muertos amarán y servirán a Dios con mayor devoción en el cielo porque se deshicieron de la traba de este cuerpo mortal; o que le maldecirán con ardiente odio en el infierno, por la misma razón; que, en realidad, su amor se habrá perfeccionado y su odio intensificado; precisamente frente a la declaración de Salomón que expresa lo contrario: "Su amor y su odio y su envidia fenecieron ya". David es igualmente categórico en este punto. El dice:
También:
Ezequías, rey de Israel, da testimonio similar. Había estado "enfermo de muerte", y al recuperarse compuso un cántico de alabanza a Dios, en el cual dio la siguiente explicación de su agradecimiento:
Este conjunto de testimonios de las Escrituras debe ser concluyente para aquellos que consideran importante la autoridad de las Escrituras. Si el veredicto de las Escrituras tiene algún peso, el estado de los muertos ya no debe ser más un asunto discutible. He citado muchos pasajes para demostrar la realidad de la muerte, y la consiguiente inconsciencia de los que están muertos. Esos pasajes no son ambiguos. Son claros, sencillos y comprensibles. Ahora bien, si las declaraciones positivas que hacen fueran presentadas en la forma de interrogaciones a cualquier maestro religioso moderno, o a cualquiera de los inteligentes que hay en su rebaño, ¿estarían sus respuestas en armonía con aquellas declaraciones? Veamos. Supongamos que preguntamos: ¿Saben algo los muertos? ¿Cuál sería la respuesta? "Oh, sí, saben muchísimo más que los que viven". O si preguntáramos: ¿Perecen los pensamientos de un hombre cuando va al sepulcro? La respuesta instantánea sería, según las palabras de un "reverendo" caballero, en su sermón fúnebre: "Oh, cuánto nos regocijamos sabiendo que la muerte, aunque pueda cerrar nuestra historia mortal, no es la terminación de nuestra existencia-ni siquiera es la suspensión de la conciencia". O también: ¿Hay memoria de Dios en la muerte? "Oh, sí, los justos muertos lo conocen más perfectamente, y lo aman más completamente que cuando estaban en la tierra". ¿Alaban los muertos al Señor? "Ciertamente, si son redimidos, se unen en el cántico de Moisés y el Cordero ante el trono". ¿Se extinguen los bebés, cuando mueren, como si nunca hubiesen existido? "¡No! ¡No perecen los pensamientos! Van al cielo y llegan a ser ángeles en la presencia de Dios". De este modo, en cada caso, la creencia popular sobre los muertos es exactamente contraria a las explícitas declaraciones de las Escrituras. Es una creencia totalmente desprovista de fundamento. Se opone a toda verdad, tanto natural como revelada. No es difícil, mediante un cuidadoso razonamiento, exponer la falacia de los argumentos "naturales" sobre los cuales está fundada. Ahora miraremos algunas de las razones bíblicas que por lo general se proponen en su favor. Esas razones están basadas en ciertos pasajes que ocurren en su mayor parte en el Nuevo Testamento. Para comenzar, se podrá observar que, aunque presentan superficialmente un aparente apoyo a la creencia popular, ninguno de ellos afirma esa creencia. La evidencia que se supone contienen es solamente deducción. Esto es, hacen ciertas declaraciones que se supone implican la doctrina que se procura probar, pero no proclaman la doctrina en sí misma. Es importante tomar nota de este hecho general antes de comenzar. Conviene saber que en toda Apliquemos por un momento este principio a los pasajes que son citados para justificar la teoría popular. El Ladrón en El primero es la respuesta de Cristo al ladrón sobre la cruz: "De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lucas 23:43). Se considera que esto establece inmediatamente la idea común; pero veamos. El meollo del argumento gira sobre la fecha de su cumplimiento. Ahora bien, aquel día Jesús no estuvo en el paraíso, según el sentido popular, porque le dice a María después de su resurrección: "No me toques, porque aún no he subido a mi Padre" (Juan 20:17). Jesús no estuvo en el cielo por lo menos durante tres días después de su promesa al ladrón. ¿Dónde estuvo? La respuesta es, en el sepulcro. Si, pero su alma, pregunta uno, ¿dónde estuvo? Dejemos que Pedro conteste: "Su alma no fue dejada en el Hades, ni su carne vio corrupción" (Hechos 2:31). El, o "su alma", que es equivalente a "él mismo", estuvo en el sepulcro, o "Hades" (porque las palabras son sinónimos en su uso bíblico, como pronto veremos), esperando la intervención del Padre desde lo alto, para que lo libertara de las ligaduras de la muerte. La conclusión es que la promesa de Cristo al ladrón no tiene valor alguno como prueba de que los muertos van al cielo, por cuanto no su cumplió en el sentido que hubiéramos esperado porque Cristo mismo no fue allí en el momento de su muerte. ¿Pero se cumplió la promesa del Señor? Consideremos la petición del ladrón. Es evidente que en su mente no abrigaba la esperanza de ir al cielo. No dijo: "Señor, acuérdate de mí ahora que estás a punto de ir a tu reino", sino "Señor, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino". Estaba pensando en la venida del Señor, no en su partida; la consideraba como un acontecimiento futuro, y su deseo era que el Señor se acordara de él cuando se cumpliera ese acontecimiento futuro: "cuando vengas en tu reino". Más adelante diremos algo acerca de esta "venida". Por lo pronto es suficiente dirigir la atención a la petición del ladrón, porque provee una pista para encontrar el significado de la respuesta de Cristo. Hay buena razón para los argumentos de aquellos que dicen que la respuesta de Cristo se lee más adecuadamente colocando la palabra "que" después de la palabra "hoy": "De cierto te digo hoy que estarás conmigo en el paraíso". [Nota del traductor: la palabra "que" está ausente del texto griego original de la respuesta del Señor; el traductor de El Rico y Lázaro El relato del rico y Lázaro (Lucas 16:19-31) es el principal baluarte de la creencia popular. Se presenta con gran confianza cada vez que ésta es atacada. Sin embargo, un poco de reflexión revelará que es inadecuado para el propósito para el cual se utiliza. En primer lugar debemos darnos cuenta, si podemos, de la naturaleza del pasaje de las Escrituras que se cita. Si es una narración literal-esto es, un relato de cosas que efectivamente sucedieron, dado por Cristo como una guía para nuestro entendimiento del estado "incorpóreo"-entonces es perfectamente legítimo presentarla para refutar el punto de vista expuesto en este capítulo. Pero en ese caso no sólo desbarataría este punto de vista sino también desbarataría la creencia popular, y establecería la idea que abrigaban los fariseos, a quienes estaba dirigida la parábola; porque al investigar se descubrirá que es la tradición de los fariseos la que forma la base de la parábola; una tradición que choca con la teoría popular del estado de los muertos en muchos puntos. Mire los detalles de la parábola; vea cuán incompatibles son con la teoría popular. El hombre rico alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Entonces él, dando voces, dijo: "Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua". ¿Permite la teología popular que los inicuos que están en el infierno vean a los justos que están en el cielo? ¿O admite la posibilidad de que haya conversación entre los ocupantes de ambos lugares? ¿Tiene el alma inmortal puntas de dedos, lengua y otros miembros materiales sobre los cuales el agua tendría un efecto refrescante? Abraham negó la petición del hombre rico, añadiendo como razón suplementaria: "Una gran sima está puesta entre nosotros y vosotros, de manera que los que quisieren pasar de aquí a vosotros no pueden". ¿Es una sima un obstáculo para el tránsito de un alma inmaterial? El hombre rico le pidió a Abraham que enviara a Lázaro donde sus cinco hermanos para que les testificara, a fin de que no vinieran ellos también al mismo lugar de tormento; pero Abraham contestó: "Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos". ¿Qué necesidad habría, de acuerdo a la idea popular, de que alguno se levantara de los muertos, en vista de que un espíritu comisionado de las "vastas profundidades" habría sido suficiente para comunicar la amonestación? Toda la narración se rodea de un aire de tangibilidad que es incompatible con la noción común del estado de los muertos. Además, piense en el cielo y el infierno donde estarían al alcance de la vista unos y otros, y que habría conversación entre ambos lugares. Si insistimos en considerar el relato como una narración literal, tendremos que aceptar todos estos detalles, que están en completo desacuerdo con la teoría popular. ¿Es literal la narración? Aun los creyentes tradicionalistas se refieren a ella como una parábola, lo que indudablemente es. Como parábola no tiene nada que ver con el asunto en disputa. Fue dirigida a los fariseos para reforzar la lección de que en el debido tiempo los poderosos y los ricos serían abatidos y los pobres serían exaltados; y que si los hombres no querían guiarse por el testimonio de Moisés y los profetas, los milagros (aun el levantamiento de un muerto) no podrían conmoverlos. La parábola no pretende enseñar el estado particular de los muertos que literalmente expresa: trata enteramente sobre la lección que se quería transmitir. Una parábola no enseña lo que literalmente dice; enseña algo aparte de sí misma, de otro modo no sería parábola. Podría argumentarse que todas las parábolas tienen su fundamento en la verdad. Así es, pero no expresan necesariamente cosas que son posibles. En las Escrituras se hallarán parábolas donde los árboles hablan, y el cardo va en procura de alianzas matrimoniales, y los cadáveres se levantan de sus tumbas para salir a recibir a otros cadáveres recién llegados (Jueces 9:8; 2 Reyes 14:9; Isaías 14:9-11). La parábola del hombre rico y Lázaro está fundada en la verdad pero no necesariamente es un relato literal. Que los muertos hablaran fue necesario para el propósito de la parábola, y no sorprendería a los fariseos a los cuales fue dirigida. Porque, en verdad, incorpora la creencia de ellos. Esto es evidente por el tratado sobre el Hades escrito por Josefo (siendo él mismo un fariseo), que puede hallarse al final de sus obras recopiladas, y en el cual el lector encontrará una descripción del "seno de Abraham" y el lago ardiente en "una parte inconclusa del mundo". Hallará que la creencia de los fariseos (reflejada en la parábola de Jesús) es algo muy diferente de la creencia popular en el cielo más allá del firmamento, y en el infierno como un abismo en las partes oscuras y vertiginosas del universo. Un cuidadoso examen de esta creencia convencerá al lector de la gran diferencia entre la teoría judía incorporada en la parábola del rico y Lázaro, y la comúnmente aceptada doctrina de ir al cielo y al infierno. Puede preguntarse por qué Cristo empleó parabólicamente una creencia que era ficticia, dándole de este modo su aparente aprobación. La respuesta es que Cristo no pretendía enseñar esta creencia en sí, sino sólo utilizarla para presentar el testimonio de un hombre muerto. Quería imprimir en sus oyentes la lección expresada en las últimas palabras de Abraham: "Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos"; y no podría haber hecho esto en ninguna forma más convincente que por medio de una parábola basada en la propia teoría de ellos sobre el estado de los muertos, según la cual los muertos estaban conscientes y por lo tanto capaces de conversar sobre el tema que él deseaba presentar. Esto no implicaba su aprobación de la teoría, así como tampoco su alusión a Beelzebú expresaba su reconocimiento de la existencia real de aquel dios pagano (Mateo 12:27; 2 Reyes 1:2, 3). Cuando Cristo tiene ocasión de hablar claramente acerca de los muertos, sus palabras están en armonía con la verdad. Examinemos el caso de Lázaro: Jesús dijo primeramente a sus discípulos: "Nuestro amigo Lázaro duerme". Pero cuando los discípulos entendieron sus palabras en forma literal, se nos dice: "Entonces Jesús les dijo claramente [indicando que la palabra 'duerme' no era clara ni literal]: Lázaro ha muerto" (Juan 11:14); "el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá" (Juan 11:25), es decir, por medio de la resurrección, porque al mismo tiempo dijo, "Yo soy la resurrección y la vida"; también había afirmado: "...vendrá hora cuando todos los que están el los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación" (Juan 5:28, 29). Es en estas claras palabras de Cristo donde hemos de buscar la verdadera idea de Cristo sobre el tema de la muerte, y no en un discurso parabólico, dirigido a sus enemigos para el propósito de confusión y condenación y no de instrucción. En verdad sería extraño que una doctrina tan importante como la conciencia de los muertos en el cielo y el infierno tuviera que depender de una parábola. A aquellos que insisten en la parábola para este propósito se les debe preguntar qué haremos con el testimonio ya presentado en prueba de la realidad de la muerte. ¿Vamos a considerar superior una parábola y desechar el testimonio claro? ¿Vamos a torcer y violar lo que está claro para hacerlo concordar con lo que pensamos que significa aquello que es reconocidamente oscuro? ¿No es más bien lo opuesto el curso de la verdadera sabiduría, determinando y resolviendo aquello que es incierto por medio de aquello que es inequívoco? Si se arguyera, como ya se ha hecho, que era poco probable que Cristo perpetuara el error y encubriera la verdad en un asunto tan importante como el que se implica en la parábola empleada, es suficiente citar lo siguiente en réplica:
El siguiente argumento bíblico en favor de la teoría popular, se presenta, por lo general, con un aire de gran confianza. "¿Acaso no vio Juan, en la isla de Patmos", dice el triunfante preguntador, "los redimidos de todo linaje y lengua y pueblo y nación, que se hallaban delante del trono de Dios dándole gloria? ¿Quiénes son éstos, si los justos no van al cielo al morir?" Por lo general estiman que este argumento es abrumador. Un momento, amigo; localicemos el primer versículo del capítulo cuarto de Apocalipsis, y veamos lo que encontramos ahí: “Y la primera voz que oí, como de trompeta, hablando conmigo, dijo: Sube acá, y yo te mostraré las cosas que sucederán después de estas”. Las escenas que Juan presenció eran representaciones de cosas que iban a ser en un tiempo futuro, y por lo tanto, cuando vio una gran multitud alabando, contempló la asamblea de los resucitados tal como será en la segunda venida. Luego viene la petición pronunciada por Esteban en el momento de su muerte: "Señor Jesús, recibe mi espíritu" (Hechos 7:59). Se afirma que esto significa que Esteban esperaba que el Señor recibiera su alma inmortal. Que este no puede ser el significado queda de manifiesto al considerar la doctrina bíblica del espíritu. El pneuma, espíritu o aliento, no era el mismo Esteban; era tan sólo el principio o energía que le daba vida, así como da vida a todos los otros hombres y animales. Este principio no constituye al hombre o al animal. Es necesario para darles existencia, pero no pertenece a ellos, excepto durante el corto período de su existencia. El espíritu de Esteban no era Esteban, aunque era esencial para su existencia. Esteban se componía de esa combinación de poder y organismo, bíblicamente definida como "espíritu, alma y cuerpo" (1 Tesalonicenses 5:23). Su espíritu como una abstracción era de Dios y procedía de él, como ocurre con los espíritus de toda carne. De este modo, leemos en Job 33:4: "El espíritu de Dios me hizo, y el soplo del Omnipotente me dio vida". De ahí que se dice: "Si él [Dios] pusiese sobre el hombre su corazón, y recogiese así su espíritu y su aliento, toda carne perecería juntamente, y el hombre volvería al polvo" (Job 34:14, 15). El espíritu es indispensable como la base de un hombre viviente, compuesto de organismo corporal. Es el principio de vida de todas las criaturas vivientes. Cuando este principio de vida, que emana de Dios, se retira, vuelve a su dueño original y el ser creado deja de existir. Esta es la idea expresada en las palabras de Salomón: "Y el polvo vuelva a la tierra, como era, y el espíritu vuelva a Dios que lo dio" (Eclesiastés 12:7). Pero podría preguntarse, ¿por qué Esteban habría de estar preocupado por su espíritu en este sentido? Bien, debe recordarse que Esteban anhelaba una reanudación de la vida en la resurrección. Esta era su esperanza. Esperaba recuperar la vida. En consecuencia, al llegar a la muerte, la confió a la custodia del Salvador hasta aquel día; y como la narración añade, "durmió". Si la personalidad de Esteban correspondiera al espíritu de Esteban, y no al Esteban corporal, entonces este pasaje demostraría que el espíritu durmió; y esto es precisamente lo que niegan aquellos que citan este pasaje. Ahora llegamos a las palabras de Pablo: “Pero confiamos, y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor” (2 Corintios 5:8). A primera vista, esto parece expresar la idea popular; pero examinémoslo. Los intérpretes tradicionales entienden que por esto, Pablo quiso expresar el deseo de salir del cuerpo e ir adonde Cristo en el cielo. Si esto fuera la ausencia del cuerpo que Pablo deseaba, sin duda el pasaje representaría una prueba del punto de vista mencionado; pero, ¿era la ausencia del cuerpo lo que Pablo deseaba? El contexto contesta la pregunta definiendo exactamente la idea que estaba presente en la mente de Pablo. No deseaba estar separado de la existencia corporal, porque dice en el mismo capítulo:
Lo que Pablo deseaba era liberarse de la carga de un cuerpo pecaminoso e imperfecto, y obtener el cuerpo incorruptible de la resurrección. Como lo expresa en Romanos 8:23:
Pues bien, ¿cuándo ocurre esta redención del cuerpo? No al morir, porque al morir el cuerpo pasa por un proceso precisamente opuesto al de “redención”. Entra en servidumbre y destrucción. Se corrompe y se desmenuza en la tierra; no es sino hasta la resurrección a la venida del Señor, que es levantado a incorrupción. Sólo entonces estaremos “presentes al Señor”. El testimonio del apóstol es:
Esta ausencia del cuerpo corruptible es sinónimo, en el pasaje citado, de presencia ante el Señor, ya que en el caso de los aceptados, la carne y la sangre se transformarán entonces en la naturaleza incorruptible con la cual los santos han de ser investidos. Pablo dice: “La carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios” (1 Corintios 15:50). Siendo este el caso, bien podía él desear estar ausente de la carne y la sangre. Pero esto no fue suficiente; fue necesario añadir su deseo de estar presente con el Señor, porque no todos los que mueran obtendrán el honor de tener existencia incorruptible en su presencia. Muchos estarán “ausentes del cuerpo” para siempre jamás; es decir, quedarán sin cuerpo-sin existencia-absorbidos por la segunda muerte. Sólo aquellos que sean aceptados en el juicio estarán “ausentes del cuerpo y presentes al Señor” en la gloria de la naturaleza incorruptible. Partir y Estar con Cristo Ahora debemos considerar el versículo 23 del primer capítulo de Filipenses: “Estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor”. Como en el caso anterior, esto también pareciera, a primera vista, dar expresión a la idea que la teología popular le achaca a Pablo. Pero en realidad no representa lo que parece representar. La expresión no enseña que Pablo estaría con Cristo tan pronto como muriera. Sería necesario mostrar en otras partes de Pablo invariablemente señala el regreso de Cristo como el momento en que estará presente con Cristo. Por ejemplo, en 1 Tesalonicenses 4:17, ya citado, después de describir la venida de Cristo, la resurrección de los muertos, y la transformación de los vivos, el apóstol dice: "Y así estaremos siempre con el Señor". En 2 Corintios 4:14, dice: "El que resucitó al Señor Jesús, a nosotros también nos resucitará con Jesús, y nos presentará juntamente con vosotros". También Juan dice: "Cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es" (1 Juan 3:2). Por esta razón Pablo nos dice en la misma epístola en la cual se hallan las palabras disputadas, que él se esforzaba por "si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos" (Filipenses 3:11). En ningún caso expresa la esperanza de estar con el Señor antes de la venida de Cristo y la resurrección. Asumiendo que esto está aclarado, tenemos que armonizar este entendimiento del texto con la necesidad del contexto. Si se preguntase en qué sentido la muerte sería "ganancia" para Pablo (Filipenses 1:21), la respuesta se halla en la palabras de Cristo: "Todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará" (Lucas 9:24). Pablo estaba a punto de ser decapitado; esta es la muerte a la cual se refiere en el contexto. En consecuencia, de una manera especial, él sería afectado por la promesa de Cristo: "Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida" (Apocalipsis 2:10). La pregunta respecto a cuándo se daría esta corona, queda aclarada por la declaración de Pablo en 2 Timoteo 4:8: "Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día [el día de la manifestación de Cristo y su reino, según el primer versículo]; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida". Era "ganancia" morir, también, porque Pablo estaría de este modo liberado de todas las privaciones y persecuciones enumeradas en 2 Corintios 11:23-28 y dormiría apaciblemente en Cristo. Examinemos Otros Argumentos Se han adelantado otros argumentos en favor de la inmortalidad del alma, basadas en "No hay paz, dice mi Dios, para los impíos" (Isaías 57:21). Esta declaración se cita para probar que existe el tormento de los inicuos. Indudablemente no se necesita ningún argumento para mostrar que no sirve en absoluto para tal propósito. La declaración es verdadera, sin importar la teoría que se pueda tener referente al destino de los inicuos. Mientras los inicuos viven, ya sea en esta vida o después de la resurrección, no hay paz para ellos. Es imposible que puedan tener paz, sobre todo porque están esperando el tiempo cuando serán el objeto de la venganza judicial y devoradora de Dios. Pero esto no demuestra (como se pretende que lo hace) que son inmortales. Semejante idea queda totalmente excluida por los pasajes anteriormente citados. La aparición de Moisés y Elías en el Monte de "Dios no es Dios de muertos, sino de vivos" (Mateo 22:32). Si el creyente tradicionalista sacara una conclusión lógica de esta declaración, percibiría que en vez de probar la realidad de la inmortalidad del alma, establece indirectamente lo contrario. Reconoce la existencia de una clase de seres humanos que no están "vivos" sino "muertos". ¿Quiénes son? Según la teoría popular, no hay "muertos" en lo que a la raza humana se refiere; todo ser humano vivirá para siempre. No puede sugerirse que significa "muertos" en el sentido moral porque esto queda expresamente excluido debido al tema que Jesús está tratando: la resurrección de los cuerpos muertos de la tierra (versículo 31). Los saduceos negaban la resurrección. Cristo demostró la realidad de ella citando las palabras de Jehová registradas por Moisés: "Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob". ¿Cómo dedujo Jesús la resurrección de estas palabras? Afirmando que Dios no era el Dios de aquellos que estaban muertos en el sentido de estar extinguidos (ver Salmos 49:18, 19). Pero, debido a que Dios se llamó a sí mismo el Dios de tres hombres que estaban muertos, Jesús razonó que Dios pensaba resucitarlos; porque Dios "llama las cosas que no son [pero que han de ser] como si fuesen" (Romanos 4:17). Los saduceos entendieron la idea del argumento, lo cual los dejó callados. Pero si, como se afirma por lo general, el significado de "Dios no es Dios de muertos, sino de vivos" fuese que Abraham, Isaac y Jacob estaban vivos, entonces el argumento de Cristo para probar la realidad de la resurrección de los muertos queda destruido. Porque si se afirmara que Abraham, Isaac y Jacob estaban vivos, ¿cómo podría esto demostrar el propósito de Dios de resucitarlos? El argumento mismo requiere que estén muertos, a fin de ser partícipes de la resurrección. De este modo, el hecho de que están muertos en la ocasión en que Dios se llama Dios de ellos, implica que tiene el propósito de resucitarlos. Pero si se rechaza la realidad de que están muertos, como la rechaza la teología popular al decir que eran inmortales y que no podían morir, la idea principal del argumento de Cristo queda completamente destruido. Visto de la otra manera, el argumento es irresistible y nos explica por qué dejó a los saduceos callados. "Sus ángeles en los cielos ven siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos" (Mateo 18:10). ¿Cuáles ángeles? Los ángeles "de estos pequeños que creen" (Mateo 18:6). Es costumbre identificar los términos "espíritus" y "ángeles" como sinónimos y creer que la expresión "sus ángeles" se refiere a los "pequeños" mismos; pero esta es una suposición en tan completo desacuerdo con el sentido del caso así como con el significado de las palabras, que no merece respuesta alguna. Los "pequeñitos" son aquellos que "reciben el reino de Dios como un niño" (Marcos 10:15), y "sus ángeles" son los ángeles de Dios que supervisan los intereses de él. "El ángel de Jehová acampa alrededor de los que le temen" (Salmos 34:7). "¿No son todos [los ángeles] espíritus ministradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación" (Hebreos 1:14)? Esta es una buena razón para que procuremos "no despreciar a uno de estos pequeñitos"; pero si adoptamos la versión popular que hay sobre el asunto, entonces la razón se desvanece. "Mirad que no menospreciáis a uno de estos pequeños; porque os digo que sus espíritus redimidos están en los cielos". Esto encerraría una paradoja. No obstante, sin esto, la prueba de la inmortalidad del alma que algunos ven en este pasaje, no podría hallarse en parte alguna. "En el camino de la justicia está la vida; y en sus caminos no hay muerte" (Proverbios 12:28). Esto se cita algunas veces para probar que, en lo que respecta a los justos en todo caso, no existe ni siguiera extinción momentánea del ser. Si el pasaje demuestra esto, también establece lo inverso, es decir, que en el camino de la injusticia está la muerte; y que en sus caminos no hay vida. Las estipulaciones de una proposición afirmativa tienen el mismo valor en una negativa. De ahí que si este pasaje prueba la inmortalidad literal de los justos, también prueba la mortalidad literal de los inicuos, lo cual es más de lo que aquellos que usan este argumento están dispuestos a aceptar. El pasaje corrobora la proposición de que "Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar" (Mateo 10:28). Este es el gran triunfo del defensor tradicionalista. El cree que aquí pisa terreno seguro y recita el pasaje con un énfasis que no pone al citar otros pasajes. Sin embargo, por lo general canta victoria demasiado pronto. Comienza a comentar antes de terminar de leer el versículo. Con regocijo pregunta por qué no se ha citado antes este pasaje, y otras cosas por el estilo. Si le pedimos que continúe leyendo el versículo y no lo deje a medio terminar, no lo hace de muy buena gana. Sin embargo, continúa leyendo aunque sea a regañadientes y tropieza con la parte final: "Temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno". Al percibir instantáneamente el desastre que esta parte de la exhortación de Cristo produce en su teoría del alma inmortal e imperecedera, él sugiere que en este caso "destruir" significa "afligir" o "atormentar". Pero esto carece de fundamento. En realidad, nunca un teórico en apuros ha aventurado una sugerencia más endeble que esta. En todos los casos en que se usa “apollumi”, la palabra griega traducida aquí como "destruir" es imposible descubrir la menor insinuación de la idea de aflicción o tormento. Añadimos a continuación algunos ejemplos de la forma en que la palabra “apollumi” ha sido traducida en el Nuevo Testamento: "Herodes buscará al niño para matarlo" (Mateo 2:13); "tuvieron consejo contra Jesús para destruirle" (Mateo 12:14); "a los malos destruirá sin misericordia" (Mateo 21:41); "destruyó a aquellos homicidas" (Mateo 22:7); "persuadieron a la multitud que pidiese a Barrabás, y que Jesús fuese muerto" (Mateo 27:20); "¿has venido para destruirnos?" (Marcos 1:24); "le echa en el fuego y en el agua para matarle" (Marcos 9:22); "y destruirá a los labradores" (Marcos 12:9); "¿Es lícito en día de reposo hacer bien, o hacer mal? ¿Salvar la vida o quitarla?" (Lucas 6:9); "el Hijo del Hombre no ha venido para perder las almas de los hombres" (Lucas 9:56); "y vino el diluvio y los destruyó a todos" (Lucas 17:27); "llovió del cielo fuego y azufre, y los destruyó a todos" (Lucas 17:29); "y los principales del pueblo procuraban matarle" (Lucas 19:47); "El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir" (Juan 10:10); "No hagas que por la comida tuya se pierda" (Romanos 14:15); "destruiré la sabiduría de los sabios" (1 Corintios 1:19); "y perecieron por el destructor" (1 Corintios 10:10); "derribados, pero no destruidos" (2 Corintios 4:9); "Uno solo es el dador de la ley, que puede salvar y perder" (Santiago 4:12); "después destruyó a los que no creyeron" (Judas 5). En todos estos casos la palabra griega apollumi tiene un significado muy diferente de "afligir" o "atormentar". El lector sólo tendrá que sustituir cualquiera de estas palabras en cualquiera de los pasajes citados para ver cuán ilógico sería semejante cambio. Si en todos los demás casos la palabra griega apollumi tiene su significado natural de destruir o matar, ¿por qué se le debe asignar un significado especial en Mateo 10? Ninguna razón se puede dar fuera de la ya indicada, esto es, la de la necesidad de la teoría del creyente tradicionalista. Esta no es en absoluto una buena razón y, por lo tanto, la echamos a un lado y averiguamos lo que Jesús quiso decir al exhortar a sus discípulos así: "Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno". Contestamos que la "vida", en abstracto, que es el equivalente de la palabra traducida “alma”, es indestructible. Pero la vida no es el hombre mismo ni le sirve de nada si no le es dada. El propósito de Dios es devolver la vida a aquellos que le obedecen, y devolverla a perpetuidad. Esto constituye la esencia de la declaración que estamos considerando. No hemos de temer a aquellos que sólo pueden demoler el cuerpo corruptible del creyente pero no pueden hacer nada para impedir que Dios le dé vida eterna en el futuro por medio de la resurrección. Hemos de temer a aquel que tiene poder para destruir tanto el cuerpo como el alma (vida) en Es Erronea Esto se desprende como conclusión de lo ya expresado. Si los muertos están realmente muertos, en el sentido absoluto expuesto en este capítulo, naturalmente no pueden haber ido a ningún estado de recompensa o castigo, porque no están vivos para poder ir. Bien podríamos dejar el asunto hasta aquí, como una conclusión inevitable de las premisas establecidas; pero su importancia justifica que continuemos con el tema. La creencia que estamos tratando no sólo es errónea al suponer que los muertos van a lugares tales como el popular cielo o infierno, inmediatamente después de la muerte, sino también al creer que en alguna ocasión vayan allí. De acuerdo con la enseñanza religiosa actual, el lugar de la recompensa final es una región que se halla más allá de las estrellas, en el punto más remoto del universo de Dios, "allende los dominios del tiempo y el espacio". Las ideas que se presentan referentes a la naturaleza de este lugar son muy vagas. Toman su forma de conceptos terrenales. De ahí que se habla de "las llanuras de los cielos". En estas "llanuras", por lo general, se representa a los habitantes cantando un perpetuo himno de alabanza. Se supone que su número está constantemente aumentando con integrantes llegados de la tierra "acá abajo". Un hombre muere y, según la idea tradicional, su alma liberada vuela con inconcebible rapidez a los dominios de lo alto, donde queda instalada sin peligro, en tanto sus amigos en la tierra se consuelan con la idea de que los muertos "no están perdidos, sino que se han ido antes que nosotros". Los amigos consideran que ellos están mejor en aquella "feliz región, allá lejos" que lo que fueron en este valle de lágrimas. Sin duda, si fuese cierto que se fueron a una tierra feliz, la sola idea de tal estado sería consoladora. Sea cierto o no, deberá parecer a toda mente reflexiva como un elemento extremadamente discordante el que los justos, después de disfrutar de años de felicidad celestial, tengan que dejar el lugar de su arrobamiento al llegar el día del juicio, descender a la tierra, y volver a entrar en sus cuerpos para ser procesados ante el tribunal eterno. ¿Para qué se llevará a cabo este juicio "según sus obras"? Parece natural suponer que la admisión al cielo la primera vez es prueba de la idoneidad y aceptación de los que fueron admitidos. ¿Por qué, entonces, el juicio posterior? En tal caso un juicio parece una burla. La misma observación se aplica a aquellos que se supone han ido al lugar de miseria. ¿Cuál es la solución para esta perturbadora incongruencia? Se puede hallar en el reconocimiento de que toda la idea de ir al cielo de la religión popular carece de fundamento. Esta ida al cielo es una especulación totalmente gratuita. No hay ni una sola promesa en la totalidad de las Escrituras que justifique tal esperanza. Sin duda hay frases que, para una mente previamente indoctrinada con tal idea, parecen favorecerla; por ejemplo, las usadas por Pedro: "para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros" (1 Pedro 1:4), de lo cual también tenemos una ilustración en las palabras de Cristo: "Porque vuestro galardón es grande en los cielos" (Mateo 5:12); y sobre todo en su exhortación: "Haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan" (Mateo 6:20). Pero el apoyo que estas frases aparentemente proporcionan a la idea popular, desaparece totalmente cuando nos damos cuenta de que expresan un solo aspecto de la esperanza cristiana, su aspecto actual. La salvación de Dios no está ahora sobre la tierra; en verdad, todavía no es un hecho cumplido en ninguna parte, excepto en la persona de Cristo. Tan sólo existe en la mente divina como un propósito, y en detalle, ese propósito está especialmente relacionado con aquellos a los cuales Jehová, en su divina presciencia, considera como salvos, de quienes se dice que están "escritos en el libro", esto es, inscritos en el "libro de memoria delante de él" (Malaquías 3:16). Por lo tanto el único lugar de recompensa, en la actualidad, está en el cielo, adonde el ojo instintivamente se dirige como la fuente de su manifestación. Este es especialmente el caso cuando se toma en cuenta que Jesús, la promesa de esta recompensa y su germen mismo, está en el cielo. Estando él allí, el cual es nuestra vida, la herencia incontaminada está actualmente allí; porque existe en él en propósito, en garantía y en germen. En la actualidad nuestra salvación no tiene ninguna clase de existencia en ninguna otra parte, sino que está en el cielo en reserva, "reservada en los cielos" como lo expresa Pedro. Cuando algo está reservado implica que cuando se necesite se sacará a luz. Y así es como Pedro habla en el mismo capítulo. El dice que la salvación que está reservada en los cielos es una "gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado" (1 Pedro 1:13). En capítulos posteriores veremos que no se confiere sobre ninguno sino "cuando Jesucristo sea manifestado", de quien se dice que "su recompensa viene con él" (Isaías 40:10; Apocalipsis 22:12). Las frases mencionadas indican de manera general que la salvación procede del Señor; y como el Señor está en el cielo, procede del cielo; y como la salvación aún no se manifiesta, se puede decir correctamente que en la actualidad está en el cielo. Pero, sobre la pregunta específica de si los hombres van o no al cielo, la evidencia bíblica muestra terminantemente que a ningún hijo de la raza de Adán se le ofrece entrada a los santos e inaccesibles dominios donde mora Dios. Dios "habita en luz inaccesible" (1 Timoteo 6:16). Cristo declara enfáticamente: "Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está en el cielo" (Juan 3:13). En conformidad con esta declaración, no tenemos registro en las Escrituras de ninguno que haya entrado en el cielo. Elías fue quitado de la tierra; lo mismo se le ocurrió a Enoc, pero la declaración de Cristo nos prohíbe suponer que fueron llevados a "los cielos de los cielos", los cuales son de Jehová (Salmos 115:16). La declaración de que fueron "al cielo" no implica necesariamente que fueron a la morada del Altísimo. La palabra "cielo" se usa en sentido general para designar el firmamento que está arriba de nosotros, que sabemos es una ancha expansión, mientras que "los cielos de los cielos" se refiere a la región habitada por Dios. Si se preguntase, "¿dónde está ese lugar?", la respuesta sería: nadie lo sabe; porque no hay ningún testimonio sobre el tema, aparte del de Cristo, que demuestra que ellos no fueron al cielo referido por él. Y en especial es cierto que no hay evidencia en las Escrituras de ningún muerto que haya ido al cielo. El texto bíblico expresa todo lo contrario: que los muertos están en sus sepulcros, sin saber nada, sin sentir nada, esperando aquel llamado que los sacará del olvido por medio de la resurrección. De David se afirma específicamente que no se trasladó al cielo, lo que en los sermones fúnebres se afirma de toda alma justa. Y recuérdese que David era un hombre conforme al corazón de Dios, y en consecuencia seguramente habría sido recibido en el cielo al morir, si tal creencia fuese cierta. Pedro dice: "Varones hermanos, se os puede decir libremente del patriarca David que murió y fue sepultado, y su sepulcro está con nosotros hasta el día de hoy...Porque David no subió a los cielos" (Hechos 2:29, 34) Esto es suficientemente claro. Pero si Ud. dice que Pedro está hablando del cuerpo de David, entonces eso demuestra que Pedro reconocía que el cuerpo de David era David mismo, y la vida que salió de él era la propiedad de Dios, la cual volvía a su Dueño. También Pablo habla de la "grande nube de testigos" que han fallecido, los fieles santos de la antigüedad, de quienes se supone que están delante del trono de Dios, heredando las promesas. Y nos dice:
Consultemos ahora en las Escrituras aquellos casos en los cuales se ofrece consuelo con respecto a los muertos. Ud. conoce las doctrinas en las cuales los maestros religiosos de hoy en día hacen hincapié con tan peculiar urgencia, cuando tienen que disertar sobre los que han muerto, tal como en los sermones fúnebres, con el objeto de "aprovechar la ocasión". Encontrará un gran contraste entre éstos y los casos bíblicos de consuelo referentes a los muertos. Cuando Marta le dijo a Jesús que Lázaro estaba muerto, él no respondió que Lázaro estaba mejor donde ahora estaba. El dijo: "Tu hermano resucitará" (Juan 11:23). Cuando la muerte se había llevado a algunos de los creyentes tesalonicenses, los sobrevivientes, que evidentemente habían contado con vivir hasta la venida del Señor, quedaron muy entristecidos. En tal circunstancia, Pablo escribe escribió para consolarlos. Si un maestro de hoy en día hubiese tenido la obligación de decir unas palabras, ¿qué es lo que habría expresado? "Deben regocijarse, amigos míos, por los que han muerto, porque se han marchado a la gloria. Están libres de las aflicciones y penurias de esta vida, y han avanzado a una bienaventuranza que nunca podrían experimentar en este valle de lágrimas. Uds. demuestran egoísmo al lamentarse; más bien debieran estar contentos de que ellos hayan alcanzado el cielo de eterno descanso". Pero, ¿qué dice Pablo? ¿Les dice que sus amigos están felices en el cielo? Esto era la ocasión para decirlo si fuese cierto; pero no, sus palabras son:
La segunda venida de Cristo y la resurrección son los acontecimientos a los cuales Pablo les indica que dirijan su mente en busca de consuelo. Si fuese cierto que los justos van a su recompensa inmediatamente después de morir, ciertamente Pablo habría ofrecido tal consuelo en vez de referirse al remoto y (según la opinión tradicional) comparativamente poco atractivo acontecimiento de la resurrección. El que no lo haya hecho, es prueba circunstancial de que no es cierto. La tierra que habitamos es el escenario en el cual se manifestará la gran salvación de Jehová. Aquí, después de la resurrección, se conferirá la recompensa y se disfrutará de ella. No hay ninguna verdad más claramente establecida que esta mediante el lenguaje específico del testimonio bíblico. El Antiguo y el Nuevo Testamento concuerdan. Salomón declara: "Ciertamente el justo será recompensado en la tierra" (Proverbios 11:31). Cristo dice:
En Salmos 37:9-11, el Espíritu hablando a través de David, dice:
Se puede sacar alguna confirmación de la siguiente promesa a Cristo, de la cual su pueblo es coheredero con él:
Al celebrar la cercana posesión de esta gran herencia, se representa a los redimidos cantando lo siguiente:
Y el fin de la actual dispensación se anuncia con estas palabras:
Finalmente, el ángel del Dios Altísimo, al anunciar al profeta la misma consumación de cosas, dice:
Sin profundizar en el tema específico de estos pasajes de El Destino de los Inicuos Si buscamos información sobre esta cuestión en los sistemas religiosos, se nos hablará de un insondable abismo de fuego, lleno de espíritus malignos de forma horrible, en el cual están reservados los más refinados tormentos para aquellos que disgustaron a Dios mientras se hallaban en su estado mortal. En el primer plano de este espeluznante cuadro, veremos maldicientes demonios burlándose de los condenados: hombres y mujeres retorciéndose las manos en eterna desesperación; y un fustigante océano de tinieblas, fuego y horrible confusión expandiéndose por todos lados y bajando hasta la más grande profundidad. ¡Se nos dirá que Dios, en sus eternos consejos de sabiduría y misericordia, ha decretado este espantoso triunfo de la maldad! ¿Lo creemos? Hay ciertas verdades elementales, que por una lógica casi intuitiva, excluyen la posibilidad de que esto sea cierto. Si Dios es el Ser misericordioso de orden, justicia y armonía que enseñan las Escrituras, ¿cómo es posible que, con toda su presciencia y omnipotencia, permita que las nueve décimas de la raza humana lleguen a existir sin tener otro destino que el de la tortura? En vez de creer semejante doctrina, muchos hombres rechazan Toda la enseñanza de Tanto los justos como los inicuos mueren; por lo tanto, se argumenta que debe haber alguna otra muerte aparte de la muerte física. La respuesta es que la muerte que todos los hombres experimentan no es una muerte judicial; no es la muerte final que sufrirán aquellos que sean responsables ante el juicio. La muerte ordinaria sólo pone fin a la vida mortal de un hombre. Habrá una segunda muerte, final y destructiva. Cuando aparezca Cristo, los injustos se habrán de presentar para el proceso judicial y su sentencia de que, después de recibir el castigo que merezcan, serán destruidos en muerte, por segunda vez, por medio de una agencia violenta y divinamente gobernada. A esto se refiere Jesús cuando dice: "Todo el que [en la vida actual] quiera salvar su vida, la perderá [en la resurrección, en la segunda muerte]; y todo el que pierda su vida por cause de mí y del evangelio, la salvará" (Marcos 8:35). Toda la enseñanza de Leemos en Malaquías 4:1:
También en 2 Tesalonicenses 1:9:
El Espíritu de Dios, hablando por medio de Salomón en los Proverbios, usa el siguiente lenguaje:
Y además en Proverbios 2:22:
David emplea la siguiente figura para el mismo propósito:
Y leemos en Salmos 49:6, 11-14, 16-20:
De su estado final leemos en Isaías 26:14:
La enseñanza de estos pasajes se explica por sí sola; está expresada con una claridad de lenguaje que no deja lugar a mayor comentario. Es la doctrina expresada por Salomón cuando dice: "El nombre de los impíos se pudrirá" (Proverbios 10:7). Los inicuos, que son una ofensa para Dios y una aflicción para ellos mismos, y de ninguna utilidad para nadie, finalmente serán consignados al olvido, donde su nombre mismo desaparecerá. No escapan al castigo, pero de este y de aquellos pasajes que parecen favorecer la doctrina popular, trataremos en el próximo capítulo. El Infierno [Nota del traductor: El siguiente análisis del concepto bíblico del infierno está basado en la versión tradicional de Tal vez al lector le parezca que la palabra "infierno", según se emplea en
¿Es acaso necesario preguntar si las almas inmortales de los hombres llevan consigo espadas y revólveres cuando descienden al infierno? Esto podrá parecer irreverente, pero muestra la naturaleza de este pasaje. El infierno de Se verá que el Seol, o el infierno, es el sepulcro. Esto es obvio, por lo menos en lo que al Antiguo Testamento se refiere. La palabra original es sheol, que no significa más que un lugar oculto o cubierto. Por lo tanto, es una designación apropiada para el sepulcro, en el cual un hombre queda oculto para siempre de la vista. Todo uso de la palabra Seol [infierno] en el Antiguo Testamento, caerá dentro de esta explicación general. Con respecto al Nuevo Testamento, existe la misma sencillez y ausencia de dificultad. Por supuesto, la palabra original es diferente, ya que es griega en vez de hebrea; en griego en casi todos los casos es hades. Que hades es el equivalente griego del sheol hebreo, queda demostrado porque se le emplea como un equivalente de ella en la traducción griega de las Escrituras hebreas llamada Gehena Hay otra palabra traducida como "infierno" en GEHENA o valle de Hinom (ver Josué 15:8; 2 Reyes 23:10), un valle contiguo a Jerusalén, a través del cual pasaban los límites sureños de la tribu de Benjamín. En tiempos antiguos el valle se usaba para la adoración del dios pagano Moloc, al cual Israel, lamentablemente mal guiado, ofrecía sus hijos en holocausto. Josías, en su celo contra la idolatría, dejó el valle a merced de la contaminación y lo designó como repositorio de la mugre de la ciudad. Se convirtió en el receptáculo de la basura en general, y recibía los cadáveres de hombres y bestias. Para consumir la basura e impedir la pestilencia, en él se mantenía fuego ardiendo perpetuamente. En los días de Jesús, la mayor marca de ignominia que el consejo de los judíos pudiera infligir era ordenar que un hombre fuese echado al Gehena. En una de las profecías de Jeremías acerca de la restauración judía, la aniquilación de este valle del deshonor se predice en las siguientes palabras: "Y todo el valle de los cuerpos muertos y de la ceniza, y todas las llanuras hasta el arroyo de Cedrón, hasta la esquina de la puerta de los caballos al oriente, será santo a Jehová" (Jeremías 31:40). Este es el Gehena al cual los rechazados han de ser arrojados en el día del juicio. Que se haya traducido como "infierno", y de este modo haya favorecido al engaño popular, es sencillamente debido a la opinión de los traductores de que el antiguo Gehena era una representación del infierno en que ellos creían. No hay base verdadera para esta suposición. Es la suposición sobre la cual están basadas las observaciones de Calmet, a pesar de su conocimiento del tema. Pertenecía a la escuela tradicionalista y cometió el común error tradicional de suponer que el punto de vista popular sobre el infierno era verdadero. Que primero se demuestre la realidad del infierno popular antes de que se use Gehena en el argumento. Si es una representación de algo, debe interpretarse como una representación del juicio revelado, más bien que de uno imaginado. Y el "infierno" popular es simple imaginación, basada en especulaciones paganas sobre los acontecimientos futuros. El juicio revelado está en verdad relacionado con el lugar llamado Gehena, y es uno que tomará la misma forma del Gehena antiguo en lo que respecta a circunstancia y resultado. "Y saldrán [los que vengan a adorar en Jerusalén en la época futura], y verán los cadáveres de los hombres que se rebelaron contra mí; porque su gusano nunca morirá, ni su fuego se apagará, y serán abominables a todo hombre" (Isaías 66:24). El lector puede observar una similitud entre estas palabras y las de Cristo en Marcos 9:44-48: "Donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga". Estas palabras se citan frecuentemente para apoyar la idea de tormentos eternos, pero en realidad los desmienten. En primer lugar, debe admitirse que el gusano que no muere y el fuego que nunca se apaga son expresiones simbólicas. El gusano es un agente de corrupción que termina en la muerte. Por lo tanto, cuando se dice que su acción es inevitable, debe entenderse como indicación de que la destrucción se llevará a cabo sin remedio. La expresión no significa gusanos inmortales o fuego absolutamente inextinguible. Un sentido limitado para una expresión aparentemente absoluta se encuentra frecuentemente en las Escrituras. En Jeremías 7:20, Jehová dice que su ira se derramaría sobre Jerusalén y sus habitantes, y "se encenderán, y no se apagarán". También dice en Jeremías 17:27: "Yo haré descender fuego en sus puertas, y consumirá los palacios de Jerusalén, y no se apagará". Esto no significa que el fuego no se iba a apagar nunca, sino que no había de apagarse sino hasta que hubiera cumplido su propósito. Se encendió un fuego en Jerusalén y sólo se apagó cuando la ciudad se hubo quemado hasta los mismos cimientos. Así también la ira de Dios ardió contra Israel, hasta que los eliminó del país, alejándolos de su vista; pero Isaías habla de un tiempo cuando la ira de Dios cesará en la destrucción del enemigo (Isaías 10:25). El mismo principio está ilustrado en el capítulo 21 de Ezequiel, versículos 3, 4, 5, donde Jehová declara que su espada saldrá de su vaina contra toda carne, y no se envainará más. No es necesario decir que en la consumación del propósito de Dios, su amorosa bondad triunfará sobre la manifestación de su ira, el objeto de la cual es la extirpación del mal. En el sentido absoluto, pues, su espada de venganza volverá a su vaina, pero no antes de cumplir su propósito. De manera que el gusano que devora al inicuo desaparecerá cuando el último enemigo, la muerte, sea destruido y el fuego que consume sus restos podridos morirá con el combustible que lo alimenta; pero en relación con los inicuos mismos, el gusano no muere y el fuego no se apaga. Las expresiones se tomaron del Gehena, donde la llama y el gusano se mantenían gracias a las acumulaciones pútridas del valle. Castigo Eterno La declaración en Mateo 25:46 pareciera estar más en favor de la doctrina popular, pero no es así cuando se examina. "E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna". Incluso interpretándolo como aparece en la versión castellana, este pasaje no define la naturaleza del castigo que ha de caer sobre los inicuos, sino que sólo afirma su perpetuidad. Su naturaleza se describe en todas partes como muerte y destrucción. ¿Por qué se debe llamar a esto aionion (traducido "eterno")? Aionion es la forma adjetival de aion, época, y expresa la idea "de la época". Entendido de esta manera, la declaración sólo demuestra que en la resurrección los inicuos serán castigados con el castigo característico de la época del advenimiento de Cristo, que Pablo describe como "eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder" (2 Tesalonicenses 1:9). Los justos reciben la vida característica de la misma dispensación, una vida que Pablo declara que es inmortal (1 Corintios 15:53). Es costumbre citar, en apoyo de los tormentos eternos, una declaración del Apocalipsis: "Serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos" (Apocalipsis 14:11; 20:10). A primera vista, esta forma de lenguaje parece apoyar la idea popular, pero no debemos quedar satisfechos con sólo mirarla superficialmente, porque la declaración forma parte de una visión simbólica, que ha de interpretarse simbólicamente en armonía con el principio de interpretación suministrado en la visión. Si el tormento apocalíptico "por los siglos de los siglos" fuera literal, entonces la bestia, la mujer con la copa de oro y el cordero de los siete cuernos y siete ojos, también serían literales. ¿Está el creyente tradicionalista dispuesto a reconocer esto? Sin duda, Cristo no tiene la forma de un cordero de siete cuernos ni la de un hombre con un espada en la boca; sin duda, la falsa iglesia no es una prostituta literal ni el perseguidor de la iglesia es un jabalí del bosque. Si estos son simbólicos, las cosas que se dicen de ellos también son simbólicas, y el tormento (o pena judicial, porque esta es la idea de la palabra griega basanizo) "por los siglos" es el símbolo del triunfo completo, irresistible y final del juicio destructor de Dios sobre las cosas representadas. Al no encontrar evidencia en las Escrituras, el creyente tradicionalista busca refugio entre "los antiguos egipcios, los persas, fenicios, escitas, druidos, asirios, romanos, griegos", y entre "los más sabios y más célebres filósofos de que hay constancia". Toda esta gente, paganos supersticiosos e ignorantes de cada país; fundadores de la sabiduría de este mundo, que es necedad ante Dios, todos estos creían en la inmortalidad del alma, y por lo tanto, se supone que ¡la inmortalidad del alma es verdadera! ¡Lógica extraordinaria! Uno pensaría que la opinión del ignorante supersticioso en favor de la inmortalidad del alma indicaría que la probabilidad de que sea verdadera es más bien negativa que positiva. Conclusiones Pero muchos que una vez fueron tradicionalistas están perdiendo su tradición, y están empezando a ver que la enseñanza de
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